domingo, 22 de marzo de 2009

Muerte.


Muchas veces no sé cómo afrontar el peso de la muerte. No sé si debo asumirlo como un paso firme o como una dura puñalada.
La pérdida se convierte en un sufrimiento interno. Algo profundo, salvaje como la melena de un alazán galopando. Rasga hasta el final, de la cabeza a los pies. Fluye casi más rápido que la sangre o el líquido biliar.
Arranca algún amasijo interno, algo que nos pertenece, pero que no sabemos que existe hasta que no llega el día, el momento en el que sale a relucir, agraciada o desgraciadamente.
La locura arrecia hasta al más sano. Se aproxima a ti, casi como una sombra o un fantasma, la conciencia enemiga que susurra al oído todas las desgracias que hasta el momento pudieron o debían haber sucedido.
Permaneces aislado en el tiempo, inducido a ti mismo y el viento arrecia, arrecia hasta lo más interno de tu ser.
La comida se hace pesada y los días largos. La tez muestra una transparencia que deja ver hasta las venas por las que nada la maldad de lo que sobrevino.
La expresión lánguida, el resto de sentimientos se alejan y terminas por convertirte en la pura pérdida. Hablas con otros y transmites negación, desapego.


Lo peor llega cuando te aíslas tanto que no puedes transmitir nada porque te alejaste tanto...

que estás solo.

9 comentarios:

jOSE dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
jOSE dijo...

Hola Esteparia, de lo que has escrito, me quedo con el último pensamiento. Tengo la opinión de que cuando nos pasan cosas negativas -niguna tan decisiva como la muere, claro está- tendemos a retrotraernos, tanto que al final parece que nunca hubiésemos tenido contacto con el exterior. No se, quizás pensamos que nadie puede comprender nuestro dolor, incluso a veces, pese a saber que hay buen aintención, nos parece un insulto que venga alguien a darnos consejo o apoyo con el que poder lidiar con nuestro dolor y sufrimiento.
Y lo cierto es que, en realidad, nadie puede entenderlo, tenemos razón en mostrar cierto rechazo pero también creo que nos equivocamos al aislarnos; una cosa es necesitar espacio y otra quedarse en la inmensidad de la pura nada, completamente solos. Necesitamos a los demás de la misma forma que ellos nos necesitan a nosotros.
Aunque nos equivoquemos, quiero pensar que nunca es demasiado tarde.

Anónimo dijo...

Hola hola! yo creo Raquel que cuando se dan estas situaciones los amigos de verdad no te dejan solo, te apoyan, respetan tu dolor y lo comparten, te dejan el margen que necesites, pero nunca permitirán que te quedes solo. Y por mucho que te aisles, si son amigos de verdad cuando vuelvas y quieras transmitir lo que sea ahí estarán esperándote pacientes.
Un beso!

Ediciones del 4 de Agosto dijo...

También te leo de vez en cuando.

X. dijo...

Bueno, tengo que admitir que no me mosquea mucho la Muerte grande. Es decir, durante la vida a uno le toca ver que a la gente se la lleva esta Muerte mayúscula, pero cuando le toque a uno, ya no habrá nada de qué preocuparse, ni de la Muerte misma.
Sin embargo los esbirros de la Muerte (las pequeñas muertes) me parecen lo peor. Es como si uno nunca se pudiera aferrar a nada, porque nada es duradero...
Saludos y gracias por pasar por el blog. Nadie suele comentar ahí.

Viva dijo...

a mi la locura, en ciertas ocasiones, me parece preciosa. es tan enigmática... perola soledad me asusta.

Muchas gracias por tu post, y vuelve a estos mundos señorita

Anónimo dijo...

Como dijo el maestro Borges, la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene...Pero nada de losas y puñaladas.

Así que si la muerte no me lo impide, a mí o a ti, te sigo desde ahora.

lobo dijo...

La muerte no es la otra orilla, es el mismo río que la vida.
besos cánidos de animo

ottoreuss dijo...

Raquel, que estamos esperando actualización!!