viernes, 16 de agosto de 2013

La triste Rachelle.

Guy me pregunta cómo hacía para
hacer
de mi vida una continua película de cine.

Yo respondo que hacerlo era, de todos modos, mucho más fácil allá.

Él y yo nos conocimos en una barra de bar.
El chico que me hablaba era Guy, pero yo vi en todo su rostro otro rostro parecido, demasiado familiar. 
Guy era un hexágono que se reducía a una nariz y una boca sonriente que me decía cosas locas en otro idioma y que me traía demasiados recuerdos.

Veía un rostro cercano, era el chico que estaba en varias de las fotos de mi pared, pero hablaba en una lengua diferente y llevaba unas gafas desconocidas para mí. Era él pero en otro sitio. Era él y bebía conmigo. No era él, por eso lloré.

Conocí a Guy en una barra de bar y él nunca entenderá por qué mientras me hablaba,yo lloraba un poquito, como queriéndome esconder.

Aprés tout, propuse a Guy un juego divertido: empezamos a jugar a las películas.

Empecé yo.

El día siguiente era domingo. Había un sol espectacular. Cogí la bici y escondí la primera pista, (indice), en una ventana rota cercana a la casa de Guy. Con ese juego tonto desaté la tormenta.

El juego de las películas nos poseyó.

Buscábamos pistas por toda la ciudad, intentábamos hacerlo cada vez más difícil, con pistas que llevaban a otras pistas, con preguntas al frutero, al camarero de aquel bar, al chico de los periódicos...yo escondía sobres entre los cuadros por restaurar del taller de Guy, entre las tallas de madera, entre los botes de pinceles...dejaba sobres en el tazón de comida del perro, dejaba la primera pista en el atelier y la segunda entre cubos de basura...el juego de las películas empezó a ser más una cuestión de honor que de diversión. Luchábamos por inventar un recorrido diferente, algo nuevo que sorprendiese aún más si cabe en cuanto a ingenio se refiere, hasta que ya no nos quedaron más estrategias ni películas divertidas por las que jugar...hasta que propuse un nuevo juego: no jugar más...

-¿Salimos a tomar un café?-
-Oui-.
-De acuerdo, salgo en cinco minutos, estaré perdida en el quartier des anges, entre las ruelles, ¿me buscarás? tienes una hora para encontrarme. Tienes que encontrarme.
-Oui-.

Salí y caminé, y caminé, y caminé, lo hice durante horas, saltaba entre los baldosines y me escondía de la lluvia en las casetas...

Cuando estaba anocheciendo, justo en la salida de la Rue de Mons hacia Carpeaux, vi un papel que sobresalía de las rejas de un vallado:

Il y a un film où les protagonistes sont une fille et un mec qui....


martes, 4 de diciembre de 2012

Es curioso lo que se siente cuando uno se enfrenta a los recuerdos.

Me he topado con un retrato de mi cara, abarcaba hasta mi medio cuerpo. Era un domingo soleado de verano. Yo llevaba un vestido con lunares y el pelo suelto y muy brillante, una melena por los hombros. Sostenía una cámara antigua que más tarde retrataría a mi retratador, unos pasos más allá, en un banco del parque, mientras los dos hablábamos de cómo sería un domingo de verano en Rusia.

No me acuerdo del todo de qué se siente cuando uno quiere de verdad, con muchas ganas al otro, sin necesidad de que sea recíproco.
Se trata del amor más desinteresado.

Cuando a veces alguien me hace una foto, un retrato en el que salgo yo sola, no sé muy bien qué cara poner.
Tampoco sé si algún día tendré hijos, ni mucho menos puedo abarcar un paso más, es imposible saber si mis ¿hijos? tendrán ¿hijos?, pero aun así en estos retratos intento esforzarme en sonreír, porque pienso muchas veces en que así será cómo ellos me imaginen en su recordar, será su modo de atravesar mis arrugas.

Algo parecido hago con mis escritos. Siempre escribo para mí, pero sabiendo que cuando yo no esté, alguien con mucho valor abrirá todas esas cajas llenas de cuadernos bonitos que voy llenando sin ningún tipo de orden ni concierto, y dirán: mira, sus recuerdos.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Mudarse

No somos nosotros quienes elegimos una nueva ciudad, sino ésta la que elige a uno.

Mudarse varias veces y venir de lejos es sufrir pequeñas muertes.

El duelo después de la partida. Dejamos esa ciudad nueva para volver al punto de origen:

acostumbrarse a la repentina desaparición de aquellos que te rodearon,
a no estar en una casa ajena que fue un tiempo también nuestra.

Volver de visita:

La ciudad que fue de acogida es ahora un cementerio, buscaremos el lugar donde yacen los recuerdos enterrados, pasearemos colocando flores en todos esos sitios que nos disfrutaron, sollozaremos anécdotas con los escasos supervivientes de aquella ciudad antigua que creamos, tres días después haremos rápido la maleta, mañana saldrá nuestro tren de vuelta. Todo se esfuma de nuevo, esta vez con más tristeza. La tristeza de la decepción.

La ciudad no existe,
existió.

Llegada al punto de partida o de origen:
Desde aquel primer viaje o encuentro todo dentro y fuera cambia, arrastraremos la ciudad primitiva a todas las nuevas ciudades que con la siguiente mudanza serán ciudades antiguas. Lo mismo haremos con estas últimas, las arrastraremos a otras y por supuesto al punto de Origen. Esto hará que busquemos exhaustos estas ciudades en otras nuevas.

Inevitablemente conocer dónde nos lleva esta incesable telaraña de personas, bancos de parque, bares de barrio, cafés para llevar, bibliotecas públicas, tranvías, trenes, vaqueros talla 40, paquetes de tabaco, tiendas de cedés, aeropuertos, carretes de foto caducados, un gato, sofás forrados, hamacas de playa, y otras tantas conexiones y objetos es inabarcable porque afortunadamente
la vida no tiene una solución predecible.



martes, 24 de julio de 2012

Es desde aquí cuando uno empieza a poner las cosas en claro y a establecer un cierto número de prioridades.
Desde aquí una asimila el cierto calor con el que siempre le despiden las ciudades en las que ha vivido, y la angustia de deshacer las casas que ha habitado metiéndolas por partes en cajas de cartón.
Es aquí mismo donde uno recorre desde tan lejos las paredes que le guardaron en invierno, donde vuelve a saborear la quietud de una mesa en la terraza del café del barrio, iluminada tímidamente por unos valientes rayos de sol.
Ahora mismo recuerdo sonrisas y cenas compartidas, tardes sola tirada en el edredón rojo y domingos por la mañana cantando a pleno pulmón y bailando con la fregona los Beach Boys.
También bailé los Beach Boys bien acompañada, los dos saltábamos como locos, el mundo era nuestro, eso creíamos firmemente desde un lugar muy sencillo, mi pequeña habitación.

lunes, 23 de julio de 2012

Ma il cielo è sempre piú blu.

A veces volver es tan sencillo como recoger espigas  y unirlas en un ramo para después regalarlo.


Podría quedarme aquí, en esta frase. 

Habría tanto que contar...

Volver también puede ser que te regalen una nueva libreta junto a la inspiración para empezarla, o cantar a grito pelado en el coche una vieja canción en italiano. 

Volver es, poco a poco, aprender a quedarse.