Me he topado con un retrato de mi cara, abarcaba hasta mi medio cuerpo. Era un domingo soleado de verano. Yo llevaba un vestido con lunares y el pelo suelto y muy brillante, una melena por los hombros. Sostenía una cámara antigua que más tarde retrataría a mi retratador, unos pasos más allá, en un banco del parque, mientras los dos hablábamos de cómo sería un domingo de verano en Rusia.
No me acuerdo del todo de qué se siente cuando uno quiere de verdad, con muchas ganas al otro, sin necesidad de que sea recíproco.
Se trata del amor más desinteresado.
Cuando a veces alguien me hace una foto, un retrato en el que salgo yo sola, no sé muy bien qué cara poner.
Tampoco sé si algún día tendré hijos, ni mucho menos puedo abarcar un paso más, es imposible saber si mis ¿hijos? tendrán ¿hijos?, pero aun así en estos retratos intento esforzarme en sonreír, porque pienso muchas veces en que así será cómo ellos me imaginen en su recordar, será su modo de atravesar mis arrugas.
Algo parecido hago con mis escritos. Siempre escribo para mí, pero sabiendo que cuando yo no esté, alguien con mucho valor abrirá todas esas cajas llenas de cuadernos bonitos que voy llenando sin ningún tipo de orden ni concierto, y dirán: mira, sus recuerdos.
4 comentarios:
Seguro que también pierden alguna lágrima rara.
Los recuerdos tienen ese poder : nos ponen nostálgicos
Feliz Navidad, el proximo año te seguriré leyendo, un abrazo
Santi
Que buen blog y muy buenos textos.
Te sigo :)
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