lunes, 21 de septiembre de 2009


En Marruecos los niños sonríen bonito. Como aquel que me dio una tarde la canica. Simplemente sonreía y yo le pregunté si sabía francés o si sabía español o algún otro idioma y solamente me sonreía. Y me enseñaba su palma abierta y sus dientes amarillos y su sonrisa y me ofrecía una canica. Verde. Una canica verde.
Le sonreí y entonces no sentí ese dolor en la nuca como el que siento ahora. Entonces sólo sentía el calor del suelo pedregoso y las ganas de vivir y de aceptar ese regalo que me ofrecían con una sonrisa y me sentí como el café bullendo en la cafetera puesta al fuego, sobrándose entera porque la dejas olvidada puesta encima del gas ciudad mientras te entretienes en hacer otras cosas.
Ahora sí, y qué, estoy mirando al mar de noche, desde un lado de esta colina, estoy en una ladera de la montaña en un edificio enorme desde el que contemplo toda la ciudad. Y me siento dios. Me siento como un niño que sonríe rodeado de rotuladores nuevos y con ganas de empezar la normalidad. Desde aquí os contemplo a todos, y cuando llueve como ahora se oyen las gotas rechinando en la barandilla del balcón. Y cuando caen rayos los contemplo acurrucada en la cama, tapada hasta arriba con el edredón y con cinco almohadas una sobre la otra los contemplo, bien abrigada y me siento inmortal. Porque desde aquí veo todos los edificios de la ciudad, y veo el mar infinito y los rayos caer sobre olas, espuma y barcos. Los veo caer sin parar y torrentes de lluvia que bajan por la ladera. Y huelo el verde del campo y el olor del asfalto sobre la lluvia. Lo huelo todo y lo contemplo y me siento viva y no dejo de pensar que será muy triste el día en el que deje de maravillarme con todo esto, con las gaviotas que se asustan de los torrentes pero aún así permanecen en la arena de la playa, con la espuma que se crea en el mar cuando llueve a más de dos millones de gotas por centímetro cuadrado y con lo bonito que se pone el cielo desde aquí arriba. Espero que todo esto nunca deje de maravillarme y espero que nunca se me olvide lo afortunada que soy por vivir en el mar. Y por veros desde aquí arriba a todos vosotros y estar en este balcón mientras se me mojan los pies con las últimas gotas de la lluvia e intento menguar esta mancha de tinto. Aquí los gautos maúllan más lento, y las motos van más rápido.

1 comentario:

From the Life and Songs of the Olympian Cowboy dijo...

¿Te fuiste a Marruecos de Erasmus? ¿Qué estudias allá?