viernes, 23 de abril de 2010

Ciganin es gitano en serbio.

Ephistrophy, dijo, y la palabra cayó como una libélula muerta sobre una tibia sopa de lentejas.

La pirueta, Eduardo Halfon.

Mi casa italiana está ubicada en un edificio que según por el lado por el que entres tiene tantos pisos o tantos menos. Si nos fijamos en la parte delantera, vivo en un quinto con vistas al mar. En la parte trasera es un primero que da a una calle sin salida y a las montañas.

Cuando estamos cocinando siempre oímos un organillo y una pandereta. Es extraño, digo. ¿Quién se puede poner a tocar en un callejón sin salida?
-Son unos gitanos de los Balcanes, me responde N.
Confieso que nunca entendí su afán por esperar a que alguien pasara por allí y les echase unas monedas. Hay mil calles principales, ¿por qué aquí?
Ayer en mi viaje a Madrid leía a Halfon y él mismo me dio la clave:

Nadie les ponía atención, nadie les daba un centavo, nadie quería una rosa, pero ellos seguían igual de alegres y vivos y se me ocurrió que les importaba más cantar y bailar que conseguir dinero, y que el dinero era sólo un pretexto para poder cantar y bailar y burlarse de todos, porque a su manera, ciertamente, ellos se estaban burlando de todos.

Supongo que el sábado a mi vuelta seguirán ahí, en esa calleja del barrio de Calenda esperando a que alguna señora de las que tienden la ropa se anime y entre en su moveable feast, en lugar de lanzarles una bruta mirada de desprecio.

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