domingo, 22 de abril de 2012

Historias de lavandería

Hay dos señoras que hablan en una lengua que no identifico. Lavan almohadas con fundas de los años 60 y colchas de plumas.
Hay un perro negro y pequeño que sólo quiere jugar y que anda suelto por ahí. El ambiente está cargado de humedad y huele raro, huele mal, una mezcla de orín, ropa sucia y humedad. Hay vagabundos que pasan muchas horas sentados en el banco de la lavandería de esta calle central.
La dueña del perro es una señora de unos cincuenta años que lleva una falda por los tobillos y las piernas sin depilar. Ha salido cinco veces a liarse cinco porros. Se sienta en el escalón de afuera y lo hace todo sin disimulo.
Estoy nerviosa. Nunca la lavandería había estado tan llena y me había producido una mezcla tan fuerte de sentimientos. Hay una niña que grita, que hace rabiar al perro. Aquí viene ese perro que me muerde el tobillo, que me cansa con sus ladridos. El olor a orín, las mil bolsas llenas de almohadas de las señoras, el fuerte sonido de las secadoras y lavadoras.
Las secadoras de Rue de Mons

Normalmente estoy ahí sola y leo. A veces doy la espalda al banco y me pongo a mirar a la gente que pasa. Casi siempre veo a alguien conocido, estoy en la lavandería del barrio.

Hay un hombre de gafas redondas que entra. Tiene toda la pinta de viajero y personaje. Después de observarle en dos segundos vuelvo la vista a mi libro. Hay una mano que se entromete en las líneas. ¿Qué lees?  Me dice en francés y tuteándome. Me sorprende su cercanía. Me enseña un libro de Montesquieu que trae entre las manos y me hace pensar que de nuevo vuelve una de mis historias extrañas de lavandería, historias entretenidas. Me equivoco. Me he topado con un cínico. No para de hablarme en inglés y de meterse con Francia, el francés y el sistema. No para de decirme que es muy inteligente y que no trabaja, y que vive en una caravana de cámping. Me resulta paradójico su odio extremo hacia el sistema.
Me dice que estoy en una cárcel, que si trabajo estoy en una cárcel, que si tengo un hijo seguiré en la cárcel, que si me caso estaré en la cárcel. Me dice cosas que sé, pero no me deja ni explicarme. Doy la causa por perdida.
-No sé con qué pagas las malditas lavadoras si no trabajas, porque son caras de narices.
Y me responde con un rollo eterno, interminable, me da una respuesta tan clara como un discurso esquivo de político. Aquí ganó Hollande hoy.

4 comentarios:

Alonso dijo...

Excelente post ,me ha gustado mucho tu narrativa ,espero que sigas publicando cosas bellas como èstas que dan gusto ller.Maria definanziamento24 ore

Alonso dijo...

Excelente post ,me ha gustado mucho tu narrativa ,espero que sigas publicando cosas bellas como èstas que dan gusto ller.Maria definanziamento24 ore

Anónimo dijo...

No recordaba lo bien que me sentía al leerte, mientras y después.

Isandro Ojeda García dijo...

Este texto... yo también lavo la ropa en una lavandería, en un país que no es el mío. Donde la gente lava su ropa... en un país que no es el suyo... me ha puesto los pelos... de...